Vuelvo a enfrentarme
otra vez
desde la palabra asustadiza y helada que resbala un atisbo de
seguridad infranqueable”.
Belén Padrón
De buena mañana me acerco a conocer la obra que en octubre presentará Belén Padrón en Santiago.
Me reciben ellos, cofrades de la forma y el color, plenos de seguridad,orgullosos de mostrarse. Me recibe ella, tenue y sólida a la vez, siempre afable y discreta.
De inmediato percibo que estoy ante una muy interesante exposición que no dejará indiferente a quien la visite.
La luz, el color y el paisaje que inundaron su retina hace algunos años, ya no se manifiestan de forma explosiva, como algo nuevo que de algún modo la enfrentaba, ahora están interiorizados, forman parte de ella, se expresan igual de importantes pero de distinta manera, con toda su plenitud y matices. La luz, el color, el paisaje… y la distancia. Una rebrotada pasión impregna toda esta muestra de la calidez y vitalidad capaces de llenar ese negro agujero que nos taladra cuando la infelicidad acecha.
Belén nos cuenta historias desde la belleza o simplemente crea belleza sin más. Cuadros que nos miran invitándonos a que los veamos, a que entablemos un diálogo, una íntima comunicación dentro de una geometría que en ocasiones se libera de sus más rígidos corsés, en un ser y no ser, siempre equilibrada, se torna sinuosa, huidiza; nos atrapa y envuelve.
La gran complejidad tanto de concepción como de ejecución de las obras presentadas sólo son posibles dentro de una gran severidad intelectual y de un consumado dominio técnico que posibilita repetidas contemplaciones y diferentes miradas de las que, a buen seguro, se pueden extraer diversas lecturas.
Despierta mi interés el uso que hace de los colores desde el punto de vista de la temperatura. Colores cálidos y fríos, con el apoyo de sus fronterizos, que usados con la maestría que la caracteriza, separados o en convivencia, consiguen eficazmente los fines pretendidos. La pincelada, puesta al servicio de la pulcritud y el orden, en ocasiones pasa inadvertida sin apenas dejar huella y en otras se muestra vigorosa, marcando direcciones y estados de ánimo que zarandean al observador.
A pesar de ser en su mayoría cuadros de amplio formato son tan plenos que se expanden por sus cantos que pasan a formar parte de ellos, bien porque los cubren físicamente o por servir de atalaya para proyectarse hacia el exterior, rebasando los límites del espacio material que los contiene.
La luz entra a raudales por la claraboya. Hace calor.
Afuera ronronea la mar. Verano en septiembre.
Vuelvo a mi recorrido y me hablan de ella, de esa niña hecha de amor, carboncillo y pintura, de su enorme capacidad de trabajo, de su rigor intelectual, de sus sólidos principios artísticos, de sus inequívocas señas de identidad. Me dicen de su brillante expediente académico, de su interesante trayectoria profesional.
Converso con dos personajes cósmicos y me asomo con ellos al abismo sideral, paseo por un delicioso jardín rebosante de vida, me adentro en una ciénaga benigna, ondulante y acogedora. Un torbellino delirante me envuelve en su ímpetu telúrico; un vanidoso Narciso me invita a contemplar su retrato, seguro de su belleza, serenidad y armonía. Cae sobre mi una catarata de emociones y sentimientos… Lo dejo.
Siento en fin, que me hallo ante una obra colorista, magnética, peculiar, minuciosa, ordenada, vital, intensa, emotiva, laboriosa ,… en la que queda patente su inexorable crecimiento.
Y aquí está ella, como sin querer estar, como pidiendo perdón por ser tan increíblemente buena.
El sol declina. Calma chicha en la mar.
Cielo raso. Sin duda, verano en septiembre.
Me voy con la seguridad de que esta nueva exposición será un firme jalón en el que se impulsará con fuerza para transitar el largo, duro y complejo camino del mundo de la plástica en el que dejará rastro su arte singular.
Una resaca de imágenes, luz y color me invade y mantiene en una intensa y confortable reflexión.
Hoy ha sido un buen día•
Manuel Balseiro